"Reflexionemos"

Blog para seres humanos, deportistas o no.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

EL DEPORTE BASE: De la ética de la personalidad a la ética del carácter.

En mi deporte, el Judo, pocas son las actividades que se ofrecen para el aprendizaje de los niños y adolescentes y muchas las que promueven la competición.
Los maestros de judo para ir acorde con lo establecido perciben la necesidad de enseñar a sus alumnos técnicas efectivas para conseguir la máxima puntuación, el ippon. Dejando, en muchos casos, de lado la asimilación de previos aprendizajes necesarios para entender la técnica en su totalidad y su aplicación en diversas situaciones.

¿Por qué?

Todas las respuestas son posibles y todas tendrán su lógica dentro del modelo de pensamiento que existe hoy en día en la mayoría de los clubes deportivos de España sean de la modalidad deportiva que sean.

El modelo de pensamiento actual, nos guste o no, es el modelo de la eficacia y la eficiencia entendidas éstas como unas herramientas indispensables para competir. Si, competir.

Es ahí donde, en mi opinión, aparece el verdadero problema. En entender la competición como un fin y no como un medio para la mejora de los mismos deportistas, que además debemos recordar que están en desarrollo.

Asistimos a lo que desde hace ya más de veinte años se denomina “especialización temprana", que
en mi opinión es debida a dos causas básicas que están presentes en la sociedad y que el deporte como fenómeno social que es, ha absorbido:

La primera es la necesidad del éxito a corto plazo.

La segunda, implícita en la primera, es la necesidad de cómo lo llaman hoy en día “el postureo”. Me importa más la imagen que otros tengan de mí que la imagen que tengo yo mismo de mí. El quedar bien, el dar imagen de entrenador competitivo, de buen profesional, de persona de éxito es más importante que el estar convencido de que lo que hago es lo que vale.

Traspasando este concepto al de la vida diaria, y tras leer uno de los capítulos del libro “Los siete hábitos de la gente altamente efectiva” (Covey, 1997) podríamos hablar de lo que el autor llama “la ética del carácter y la ética de la personalidad”

La "ética de la personalidad" es ilusoria y su atractivo nace de la rapidez con la que se intenta alcanzar la calidad de vida pero sin pasar por el proceso natural de trabajo que debe tener la formación de una persona. Los cursos de coaching muy en boga en estos días son tan demandados tal vez por esto. “Me apunto a este curso que seguro hacen de mi una persona de éxito”.

Sin embargo existe un “pero”.  Existe una secuencia en la vida de todo ser que se basa en crecer y desarrollar. Primero la A y luego la B. Todos los pasos son importantes y todos requieren un esfuerzo tanto en términos de tiempo como de aprendizaje.

No puedo saltarme pasos para ahorrar tiempo. Y si lo hago, tarde o temprano “cantará la gallina”.

Si hago un cocido extremeño y me salto el paso de dejar un día antes los garbanzos en remojo, el plato quedará perfecto para echarle una foto, colgarla en “Facebook” y conseguir muchos “likes”. El momento de la VERDAD será cuando alguien me pida probar los garbanzos y noten que están más duros que un cuerno.

En cambio la “ética del carácter” se ocupa de nuestro cambio y desarrollo sin pensar en los demás. Primero crezco YO y me desarrollo YO y después, con el tiempo, después de mucho tiempo y esfuerzo los demás podrán ver ese crecimiento y ese desarrollo y su producto final.
Invertiré más tiempo y esfuerzo, si, pero podré invitar a todo el mundo a comer garbanzos y disfrutar de su gozo al probar cada cucharada.

Para acabar, ¡a reflexionar!:

¿Cuál de los dos tipos de ética crees que has ido fomentando en ti hasta ahora?

¿Cuál de las dos crees que es mejor para ti como individuo y para la humanidad?

¿Qué tipo de entrenador eres?

¿Qué tipo de entrenador te gustaría ser?

Sea cual sea la pregunta, contesta con el corazón y hazle caso. Disfruta del camino.

"No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada, hallándola con el riesgo de echarla a perder, gritándole con todas sus fuerzas: ¡Crece, crece!
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes.
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.
Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de solo seis semanas… ¡la planta de bambú crece ¡más de 30 metros!"

Fuente: www.savitari.com

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